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jueves, 28 de junio de 2012
Acechando a la puerta
(Dios hablando a Caín):
"Si hicieras lo bueno, ¿no serías enaltecido?; pero si no lo haces, el pecado está a la puerta, acechando. Con todo, tú lo dominarás" (Génesis 4: 7 - Reina-Valera, versión 1995).
Cuando la tentación invade nuestras mentes y corazones, o bien lidiamos con ella y la dominamos, o bien ella nos lleva a cometer actos pecaminosos. El intervalo entre la tentación inicial y la respuesta que escogemos es crítico. Hay muchas cosas pendientes de un hilo.
Caín sabía que Dios lo miraba a él con desagrado, pero se agradaba con Abel. Los sentimientos de celos se fueron apoderando de Caín, y su mente empezó a albergar pensamientos homicidas. Mientras consideraba qué hacer, Dios le habló. Dios le advirtió que el pecado aguardaba a la puerta de su corazón, buscando una oportunidad para penetrar. Aquélla no era la ocasión para tratar la tentación con pañitos tibios, ni para pensar que el pecado no iba a causar ningún daño. Era el momento para Caín de dominar al pecado, y renunciar al mismo, antes de que el pecado lo controlara a él. Trágicamente, Caín no dominó su pecado, sino que al contrario, el pecado dominó a Caín, y destruyó su vida.
Las tentaciones llegan cuando no las esperamos. Pensamientos pecaminosos pueden pasar por tu mente. Deseos egoístas pueden empezar a llenar tu corazón. La voz tenue del Espíritu Santo te dará señales de advertencia, que Dios no se complace con el rumbo por el cual tus pensamientos y sentimientos te están llevando. ¡En ese instante de convicción, DEBES dominar y rechazar el pecado que acecha a la puerta de tu corazón! El pecado destruye. El pecado trae muerte. El pecado no es algo con lo que puedas jugar o bromear a la ligera. La Palabra de Dios para ti hoy es la misma advertencia que le dio a Caín: Vence al pecado que está a la puerta de tu corazón, antes de que éste te acarree sus desastrosas e inevitables consecuencias. Préstale atención a Sus advertencias, y te evitarás sufrimientos y penurias innecesarias, para ti y los demás.
martes, 19 de junio de 2012
Cuando el pecado funciona bien...
Por Howard Andruejol
El reconocido
pionero y experto en el campo del desarrollo cognitivo, Jean Piaget, describió
que los pensamientos de los jóvenes son por lo general idealistas. Hace unos
días tuve la oportunidad de corroborar dicha afirmación, como un concepto
extendido en una pareja de novios. Como mucho entusiasmo, la chica (una amiga a
quien hace poco tiempo conocí) me comentó que estaban muy prontos a casarse,
noticia que confieso me alegró muchísimo. Luego, añadió con emoción que ¡esta
sería una boda diferente a cualquier ceremonia tradicional! Me aclaró que no se
refería precisamente al evento, sino al hecho que ella y su pareja llevaban ya
varios meses viviendo juntos. (Sorpresa. No lo sabía.) Habían compartido libremente
como pareja, todo con una muy buena intención, con el permiso y consentimiento
de sus padres incluso. Por supuesto, ellos querían aprender a amarse, a
disfrutarse el uno al otro, a “conocerse” (desde hábitos, carácter,
personalidad, hasta su sexualidad). Me contó también ¡cuánto disfrutaban de una
relación maravillosa! (y debo confesar aquí que ella se veía mucho más feliz
que otras parejas cristianas que conozco). Finalmente agregó que al llegar el
día de su boda, ambos buscaban la bendición de Dios para su relación.
(Sorpresa. No supe que decir.)
Para cualquiera de nosotros con cierto grado de conocimiento (o madurez) espiritual, sería evidentemente sencillo describir la relación de esta señorita con su novio como una falta a los principios de Dios. Llamaríamos su pecado fornicación. En efecto, eso es; no obstante, ellos lo llamarían una bendición.
Recientemente también leí un mensaje publicado en el foro de mi sitio en Internet. Un joven cristiano escribía para buscar un consejo en medio de una situación difícil. Transcribo aquí la primera parte de su mensaje (y mientras lo lees, te animaría a ir pensando que le responderías a este chico):
Tengo 22 años, mis padres son pastores. Hace 2 meses me puse de novio con la secretaria de la iglesia de 23 años (la conozco hace 4), es hermosa, la amo y sé que es la mujer de mi vida. El tema es que todo se fue dando muy rápido. Yo era virgen, ella no y le pesaba mucho. Nos dejamos llevar por nuestros deseos y tuvimos relaciones varias veces en una semana. En estos días ella comenzó a tener pequeños síntomas que nos alarmaron y nos llevan a pensar que quizá esté embarazada.
La pregunta específicamente es planteada en la segunda parte de su mensaje; aunque uno casi puede intuir cuál será. Podemos ya anticiparnos a saber qué va a decir, cómo se siente, y cuáles son sus alternativas inmediatas para lidiar con el pecado. Pues bien, continuemos leyendo entonces su caso.
Mi problema es que estoy MUY FELIZ, sé que estuvo mal, sé que pequé y me arrepentí delante de Dios, pero tener un hijo con ella es lo más hermoso que me pueda pasar. Obviamente voy a reconocer a mi hijo y a casarme con ella. Todavía no he hablado con mis padres... es un tema que me pesa mucho, pero más me pesa estar tan contento.... ¿qué hago?
Un caso más de un pecado “bonito”, casi “positivo”. Aquellos de nosotros que quizás hemos crecido más bien con un pensamiento pesimista, posiblemente hubiésemos saltado a defender la fe, y promulgar que la Biblia declara que relaciones como estas son catalogadas como pecaminosas. Tal vez para afirmar nuestro juicio, habríamos recurrido a señalamientos como "el pecado no puede hacerte realmente feliz". O bien, con el deseo de convencer a una pareja que no se desenvuelva en este tipo de relación, habríamos agregado la mala noticia de las posibles consecuencias (embarazo no deseado, infidelidad, enfermedades de transmisión sexual, sentimiento de culpa o de baja autoestima, desaprobación de los padres y la sociedad, y otros más en el repertorio). No obstante, en estos casos, y en muchos otros, este bagaje de argumentos resulta poco efectivo.
Recientemente he tenido que hacerme la pregunta (como si me aconsejara a mí mismo) sobre las razones que tengo para no pecar. Y es que muchas veces aparece frente a mí la tentación con su sutil y enfermizo engaño, y me detengo a pensar qué impide que no ceda a su seducción. En algunos casos, mi cuestionamiento más bien busca qué me motiva para rechazarla (pienso que son dos cosas diferentes).
Lógicamente, he aprendido tres grandes argumentos que intentan detenernos en nuestra búsqueda del pecado (así fui educad, con muy buena intensión): la culpa, la vergüenza, y las consecuencias.
En el primer caso hemos dicho que el pecado te hace sentir miserable (y créanme, lo he experimentado –generalmente veo atrás y me pregunto cómo pude ser tan tonto de hacer o decir aquello). Naturalmente, le hemos dicho a cualquiera que está jugando con el pecado, que éste cobrará su factura haciéndole sentir muy mal, castigándole con tristeza y remordimiento demasiado pesados para desear. Muchas veces es así. Pero, ¿qué de aquellas situaciones cuando el pecado realmente te hace sentir mejor? ¿Las has visto? ¿Las has experimentado? Bueno, ¿qué tal una tensión comprometedora donde la mentira te provee una salida y un alivio? ¿Qué de aquel pecado sexual que te hace sentir feliz? ¿Qué de aquel rey que luego de su adulterio con Betsabé encontró la paz y la solución a sus problemas al asesinar a Urías? El sentimiento de culpa no será siempre el mejor antídoto.
En el segundo caso, apelamos a la dignidad y el testimonio. ¡Qué vergonzoso y humillante sería ser descubiertos en pecado! Quizás debo agregar, ¡qué miedo! Nuevamente, también lo he vivido (y no es muy agradable estar platicando frente a frente con alguien que tiene preguntas acerca de las cosas que yo pensaba que nadie sabía). Sin embargo, ¿no es cierto que sería posible desarrollar tal habilidad para no ser descubiertos, a tal grado que podríamos guardar el pecado en secreto? ¿No es esto lo que nos sorprende cuando una pareja de novios que lideran algún ministerio nos confiesa acerca de sus encuentros sexuales? ¿No es esto lo que nos asusta de cualquier otro pecado sexual? ¿Y qué del rencor, la envidia, o el odio? ¿Dónde dejaríamos los problemas con trastornos alimenticios? Nadie lo sabe, nadie los ve; todos son secretos. Y otra vez, parece que nuestro argumento no funciona.
En tercer lugar, nuestro intento de persuadir nuestras decisiones lejos del pecado se concentra en las consecuencias negativas del mismo. Por supuesto, creo que el pecado nunca trae bendición, pero tampoco veo en la vida práctica como trae todas las maldiciones que normalmente promulgamos. De hecho, aquí también es posible aprender a controlar las consecuencias, y a sobrevivir con ellas. De hecho podríamos debatir entre las consecuencias inmediatas y las de largo plazo; las individuales y las que afectan a quienes nos rodean. Pero no creo que estos debates sean de mucha relevancia para el chico que prefiere ver pornografía y masturbarse que salir a tener relaciones sexuales. No creo que sea gran cosa para aquellos que violan la ley y no son atrapados (lo vivo a diario cuando veo que personas transgreden las normas de tránsito y llegan antes que yo a sus destinos). Tampoco creo que esto limite la rebeldía. El temor a lo que pueda pasar no es algo que nos frene de pecar; más bien parece que nos desafía a encontrar otra manera de desviar lo que podría acontecer. En efecto, cuando hablamos de consecuencias, tenemos que reconocer que hablamos de riesgos y no de hechos.
En pocas palabras, tenemos que aceptar la realidad que muchas veces el pecado no nos hace sentir mal, no es descubierto, y tampoco nos garantiza un rayo del cielo. En lugar de aprender a abandonar el pecado, estamos descubriendo formas de no culparnos por él, estrategias para esconderlo y mecanismos para controlar sus frutos negativos. Nuestros tres argumentos principales contra la desobediencia, derribados.
En ningún momento estoy abogando a favor del pecado. No estoy afirmando que sea una bendición, un beneficio desobedecer. Más bien pretendo indagar (de nuevo) acerca de las razones, las explicaciones, los argumentos, para llevar una vida de santidad. En otras palabras, ¿cuál es entonces una buena razón para no pecar? ¿Qué es lo que debe pues motivarnos a vivir en obediencia?
Sin lugar a duda, encontramos desde la creación que el pecado tiene serias consecuencias sobre nuestra persona (Génesis 2:16,17). Adicionalmente, sabemos con certeza que Dios es fiel en disciplinar (discipular) a sus hijos cuando es necesario; es decir, en el momento de la desobediencia, Dios interviene a nuestro favor y nos corrige (Hebreos 12:5,6).
No obstante, se hace totalmente inútil el seguir centrando nuestra argumentación acerca del pecado en nosotros mismos (culpabilidad, vergüenza y consecuencias). Me atrevo a agregar que nuestra opinión sobre el tema mismo ni siquiera cuenta (o sea, ¿te parece justo que la humanidad entera pague el precio de la muerte eterna solamente porque dos personas decidieron comer la fruta equivocada?).
Al enfocarnos en nosotros mismos, y por ende en nuestra propia opinión, seremos presa fácil del relativismo moral. Cada uno tendrá su propio punto de vista, su propia verdad, su propia historia que narrar. Cada cual se convertirá en juez de su misma existencia. Daremos paso a la mente subjetiva y concluiremos que solamente porque algo sea malo para ti, no tiene que ser malo para mí.
Sin embargo, si vamos a convertirnos en hombres y mujeres guiados por el Espíritu, entonces tendremos que reconocer una razón superior para vivir en la pureza de la santidad y desechar el engaño del pecado. Tu opinión y la mía no cuentan. Tendremos que orientar nuestra decisión de obedecer más allá de las consecuencias, por encima de la simple sumisión a las normas escritas. Cada cosa tiene su lugar.
Remontémonos por un momento al relato de Deuteronomio 6. Este es un pasaje fundamental en la fe del pueblo de Dios, una norma de prioridad en el hijo de Dios (Mateo 22:34-40).
El verso 1 declara: “Éstos son los mandamientos, preceptos y normas que el Señor tu Dios mandó que yo te enseñara, para que los pongas en práctica en la tierra de la que vas a tomar posesión”. Dios está hablando muy en serio aquí. Por medio de las palabras “mandamientos”, “preceptos”,
“normas” vemos que esto no ha sido dejado al gusto del lector, en calidad de sugerencia. La obediencia requerida es sin lugar a duda una exigencia. El emisor de la orden es el mismo Dios, el Señor. Luego, encontramos en seguida una descripción de las consecuencias de la obediencia. Después de la orden, viene la recompensa. Los versos 2 y 3 afirman: “para que durante toda tu vida tú y tus hijos y tus nietos honren al Señor tu Dios cumpliendo todos los preceptos y mandamientos que te doy, y para que disfrutes de larga vida. Escucha, Israel, y esfuérzate en obedecer. Así te irá bien y serás un pueblo muy numeroso en la tierra donde abundan la leche y la miel, tal como te lo prometió el Señor, el Dios de tus antepasados.” Como era de esperarse, el resultado de seguir las normas es la bendición. Sin embargo, los siguientes dos versos cobrar un giro dramático, hasta cierto punto inesperado en la narración. De la orden y las consecuencias, nos movemos hacia un nivel superior. Seamos francos. Nosotros solemos dejar en nuestro razonamiento del pecado y la obediencia solamente al ras de lo humano, de las normas y los resultados. Tratamos de motivar y convencer a otros en este mismo plano (incluso nos predicamos a nosotros mismos esas lecciones). Pero muy pocas veces hemos entendido que lo más importante en nuestra vida no es el seguir normas. Pocas veces hemos comprendido que la prioridad de nuestra existencia no es solamente cumplir con la religión ni tampoco simplemente obedecer la Biblia.Hemos sido llamados para gozar de una relación personal con el Dios verdadero. “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando.” (v.4-6)
La orden, el mandamiento principal gira alrededor de una relación. El amor a Dios es la motivación correcta para obedecer todos sus mandamientos. La entrega total en esa relación es el verdadero mandamiento a obedecer.
Cada vez que puedo, aprovecho las oportunidades para que todos se enteren que no me gusta la cebolla (así que, por si no lo sabías, ya te enteraste). Sin embargo, a mi esposa, le encanta la cebolla (he allí un problema). Así que muchas veces tenemos que tomar decisiones acerca de los alimentos, especialmente cuando se trata de ordenar una pizza. A mí me gusta sin cebolla, y a ella le gusta con… eso (ya ni quiero escribir la palabra). Por supuesto, hay varias formas creativas de resolver el asunto, pero he notado que la solución más común al dilema es que mi esposa decide que nuestra pizza no contenga cebolla. ¿La razón de su decisión? No es que no le guste (le encanta), no es que sea dañina para su salud (al contrario), no es que no tenga ganas (ella se sacrifica).
Sencillamente, pienso que es una decisión de amor. Porque me ama, y quiere agradarme (y claro, no quiere perder la bendición de mis besos), ella decide libremente honrarme. Es por una relación no centrada en ella misma que puede actuar así.
De manera similar, voy a tomar la decisión consciente de no pecar porque amo a Dios. Voy a dar los pasos firmes para alejarme de mi desobediencia porque amo a Dios. Voy a pagar el precio de morir a mis deseos porque amo a Dios. No voy a centrarme en mi mismo, mis argumentos, mis beneficios, mis sacrificios, mis opiniones, sino en Dios y mi relación de amor con él.
Debido a que tengo una relación personal con el Dios verdadero, cada día de mi vida me esforzaré por amarle más en obediencia. Procuraré que mis pensamientos, palabras y acciones no sean desagradables para Él. Si voy a ser santo, será porque Él es santo (I Pedro 1:16; Levítico 11:44,45; 19:2). Si voy a obedecer, es porque le amo (Juan 14:15).
Es tiempo de regresar a esa intimidad con Dios, y abandonar cualquier lógica en exceso que justifique o condene nuestra conducta. No importa si tu pecado funciona bien (y dicho sea de paso, espero que no sea así). Deberás abandonarlo por algo más importante: tu relación de amor con Dios.
Él sigue exigiendo y una santidad intachable, deseando diariamente relacionarse contigo sin estorbos. Él sigue buscando las oportunidades de premiar tu obediencia. Quizás la próxima vez que la tentación aceche, o que consideres que pecar no sería tan malo, podrías recordar tu relación de amor con Dios.
Para cualquiera de nosotros con cierto grado de conocimiento (o madurez) espiritual, sería evidentemente sencillo describir la relación de esta señorita con su novio como una falta a los principios de Dios. Llamaríamos su pecado fornicación. En efecto, eso es; no obstante, ellos lo llamarían una bendición.
Recientemente también leí un mensaje publicado en el foro de mi sitio en Internet. Un joven cristiano escribía para buscar un consejo en medio de una situación difícil. Transcribo aquí la primera parte de su mensaje (y mientras lo lees, te animaría a ir pensando que le responderías a este chico):
Tengo 22 años, mis padres son pastores. Hace 2 meses me puse de novio con la secretaria de la iglesia de 23 años (la conozco hace 4), es hermosa, la amo y sé que es la mujer de mi vida. El tema es que todo se fue dando muy rápido. Yo era virgen, ella no y le pesaba mucho. Nos dejamos llevar por nuestros deseos y tuvimos relaciones varias veces en una semana. En estos días ella comenzó a tener pequeños síntomas que nos alarmaron y nos llevan a pensar que quizá esté embarazada.
La pregunta específicamente es planteada en la segunda parte de su mensaje; aunque uno casi puede intuir cuál será. Podemos ya anticiparnos a saber qué va a decir, cómo se siente, y cuáles son sus alternativas inmediatas para lidiar con el pecado. Pues bien, continuemos leyendo entonces su caso.
Mi problema es que estoy MUY FELIZ, sé que estuvo mal, sé que pequé y me arrepentí delante de Dios, pero tener un hijo con ella es lo más hermoso que me pueda pasar. Obviamente voy a reconocer a mi hijo y a casarme con ella. Todavía no he hablado con mis padres... es un tema que me pesa mucho, pero más me pesa estar tan contento.... ¿qué hago?
Un caso más de un pecado “bonito”, casi “positivo”. Aquellos de nosotros que quizás hemos crecido más bien con un pensamiento pesimista, posiblemente hubiésemos saltado a defender la fe, y promulgar que la Biblia declara que relaciones como estas son catalogadas como pecaminosas. Tal vez para afirmar nuestro juicio, habríamos recurrido a señalamientos como "el pecado no puede hacerte realmente feliz". O bien, con el deseo de convencer a una pareja que no se desenvuelva en este tipo de relación, habríamos agregado la mala noticia de las posibles consecuencias (embarazo no deseado, infidelidad, enfermedades de transmisión sexual, sentimiento de culpa o de baja autoestima, desaprobación de los padres y la sociedad, y otros más en el repertorio). No obstante, en estos casos, y en muchos otros, este bagaje de argumentos resulta poco efectivo.
Recientemente he tenido que hacerme la pregunta (como si me aconsejara a mí mismo) sobre las razones que tengo para no pecar. Y es que muchas veces aparece frente a mí la tentación con su sutil y enfermizo engaño, y me detengo a pensar qué impide que no ceda a su seducción. En algunos casos, mi cuestionamiento más bien busca qué me motiva para rechazarla (pienso que son dos cosas diferentes).
Lógicamente, he aprendido tres grandes argumentos que intentan detenernos en nuestra búsqueda del pecado (así fui educad, con muy buena intensión): la culpa, la vergüenza, y las consecuencias.
En el primer caso hemos dicho que el pecado te hace sentir miserable (y créanme, lo he experimentado –generalmente veo atrás y me pregunto cómo pude ser tan tonto de hacer o decir aquello). Naturalmente, le hemos dicho a cualquiera que está jugando con el pecado, que éste cobrará su factura haciéndole sentir muy mal, castigándole con tristeza y remordimiento demasiado pesados para desear. Muchas veces es así. Pero, ¿qué de aquellas situaciones cuando el pecado realmente te hace sentir mejor? ¿Las has visto? ¿Las has experimentado? Bueno, ¿qué tal una tensión comprometedora donde la mentira te provee una salida y un alivio? ¿Qué de aquel pecado sexual que te hace sentir feliz? ¿Qué de aquel rey que luego de su adulterio con Betsabé encontró la paz y la solución a sus problemas al asesinar a Urías? El sentimiento de culpa no será siempre el mejor antídoto.
En el segundo caso, apelamos a la dignidad y el testimonio. ¡Qué vergonzoso y humillante sería ser descubiertos en pecado! Quizás debo agregar, ¡qué miedo! Nuevamente, también lo he vivido (y no es muy agradable estar platicando frente a frente con alguien que tiene preguntas acerca de las cosas que yo pensaba que nadie sabía). Sin embargo, ¿no es cierto que sería posible desarrollar tal habilidad para no ser descubiertos, a tal grado que podríamos guardar el pecado en secreto? ¿No es esto lo que nos sorprende cuando una pareja de novios que lideran algún ministerio nos confiesa acerca de sus encuentros sexuales? ¿No es esto lo que nos asusta de cualquier otro pecado sexual? ¿Y qué del rencor, la envidia, o el odio? ¿Dónde dejaríamos los problemas con trastornos alimenticios? Nadie lo sabe, nadie los ve; todos son secretos. Y otra vez, parece que nuestro argumento no funciona.
En tercer lugar, nuestro intento de persuadir nuestras decisiones lejos del pecado se concentra en las consecuencias negativas del mismo. Por supuesto, creo que el pecado nunca trae bendición, pero tampoco veo en la vida práctica como trae todas las maldiciones que normalmente promulgamos. De hecho, aquí también es posible aprender a controlar las consecuencias, y a sobrevivir con ellas. De hecho podríamos debatir entre las consecuencias inmediatas y las de largo plazo; las individuales y las que afectan a quienes nos rodean. Pero no creo que estos debates sean de mucha relevancia para el chico que prefiere ver pornografía y masturbarse que salir a tener relaciones sexuales. No creo que sea gran cosa para aquellos que violan la ley y no son atrapados (lo vivo a diario cuando veo que personas transgreden las normas de tránsito y llegan antes que yo a sus destinos). Tampoco creo que esto limite la rebeldía. El temor a lo que pueda pasar no es algo que nos frene de pecar; más bien parece que nos desafía a encontrar otra manera de desviar lo que podría acontecer. En efecto, cuando hablamos de consecuencias, tenemos que reconocer que hablamos de riesgos y no de hechos.
En pocas palabras, tenemos que aceptar la realidad que muchas veces el pecado no nos hace sentir mal, no es descubierto, y tampoco nos garantiza un rayo del cielo. En lugar de aprender a abandonar el pecado, estamos descubriendo formas de no culparnos por él, estrategias para esconderlo y mecanismos para controlar sus frutos negativos. Nuestros tres argumentos principales contra la desobediencia, derribados.
En ningún momento estoy abogando a favor del pecado. No estoy afirmando que sea una bendición, un beneficio desobedecer. Más bien pretendo indagar (de nuevo) acerca de las razones, las explicaciones, los argumentos, para llevar una vida de santidad. En otras palabras, ¿cuál es entonces una buena razón para no pecar? ¿Qué es lo que debe pues motivarnos a vivir en obediencia?
Sin lugar a duda, encontramos desde la creación que el pecado tiene serias consecuencias sobre nuestra persona (Génesis 2:16,17). Adicionalmente, sabemos con certeza que Dios es fiel en disciplinar (discipular) a sus hijos cuando es necesario; es decir, en el momento de la desobediencia, Dios interviene a nuestro favor y nos corrige (Hebreos 12:5,6).
No obstante, se hace totalmente inútil el seguir centrando nuestra argumentación acerca del pecado en nosotros mismos (culpabilidad, vergüenza y consecuencias). Me atrevo a agregar que nuestra opinión sobre el tema mismo ni siquiera cuenta (o sea, ¿te parece justo que la humanidad entera pague el precio de la muerte eterna solamente porque dos personas decidieron comer la fruta equivocada?).
Al enfocarnos en nosotros mismos, y por ende en nuestra propia opinión, seremos presa fácil del relativismo moral. Cada uno tendrá su propio punto de vista, su propia verdad, su propia historia que narrar. Cada cual se convertirá en juez de su misma existencia. Daremos paso a la mente subjetiva y concluiremos que solamente porque algo sea malo para ti, no tiene que ser malo para mí.
Sin embargo, si vamos a convertirnos en hombres y mujeres guiados por el Espíritu, entonces tendremos que reconocer una razón superior para vivir en la pureza de la santidad y desechar el engaño del pecado. Tu opinión y la mía no cuentan. Tendremos que orientar nuestra decisión de obedecer más allá de las consecuencias, por encima de la simple sumisión a las normas escritas. Cada cosa tiene su lugar.
Remontémonos por un momento al relato de Deuteronomio 6. Este es un pasaje fundamental en la fe del pueblo de Dios, una norma de prioridad en el hijo de Dios (Mateo 22:34-40).
El verso 1 declara: “Éstos son los mandamientos, preceptos y normas que el Señor tu Dios mandó que yo te enseñara, para que los pongas en práctica en la tierra de la que vas a tomar posesión”. Dios está hablando muy en serio aquí. Por medio de las palabras “mandamientos”, “preceptos”,
“normas” vemos que esto no ha sido dejado al gusto del lector, en calidad de sugerencia. La obediencia requerida es sin lugar a duda una exigencia. El emisor de la orden es el mismo Dios, el Señor. Luego, encontramos en seguida una descripción de las consecuencias de la obediencia. Después de la orden, viene la recompensa. Los versos 2 y 3 afirman: “para que durante toda tu vida tú y tus hijos y tus nietos honren al Señor tu Dios cumpliendo todos los preceptos y mandamientos que te doy, y para que disfrutes de larga vida. Escucha, Israel, y esfuérzate en obedecer. Así te irá bien y serás un pueblo muy numeroso en la tierra donde abundan la leche y la miel, tal como te lo prometió el Señor, el Dios de tus antepasados.” Como era de esperarse, el resultado de seguir las normas es la bendición. Sin embargo, los siguientes dos versos cobrar un giro dramático, hasta cierto punto inesperado en la narración. De la orden y las consecuencias, nos movemos hacia un nivel superior. Seamos francos. Nosotros solemos dejar en nuestro razonamiento del pecado y la obediencia solamente al ras de lo humano, de las normas y los resultados. Tratamos de motivar y convencer a otros en este mismo plano (incluso nos predicamos a nosotros mismos esas lecciones). Pero muy pocas veces hemos entendido que lo más importante en nuestra vida no es el seguir normas. Pocas veces hemos comprendido que la prioridad de nuestra existencia no es solamente cumplir con la religión ni tampoco simplemente obedecer la Biblia.Hemos sido llamados para gozar de una relación personal con el Dios verdadero. “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando.” (v.4-6)
La orden, el mandamiento principal gira alrededor de una relación. El amor a Dios es la motivación correcta para obedecer todos sus mandamientos. La entrega total en esa relación es el verdadero mandamiento a obedecer.
Cada vez que puedo, aprovecho las oportunidades para que todos se enteren que no me gusta la cebolla (así que, por si no lo sabías, ya te enteraste). Sin embargo, a mi esposa, le encanta la cebolla (he allí un problema). Así que muchas veces tenemos que tomar decisiones acerca de los alimentos, especialmente cuando se trata de ordenar una pizza. A mí me gusta sin cebolla, y a ella le gusta con… eso (ya ni quiero escribir la palabra). Por supuesto, hay varias formas creativas de resolver el asunto, pero he notado que la solución más común al dilema es que mi esposa decide que nuestra pizza no contenga cebolla. ¿La razón de su decisión? No es que no le guste (le encanta), no es que sea dañina para su salud (al contrario), no es que no tenga ganas (ella se sacrifica).
Sencillamente, pienso que es una decisión de amor. Porque me ama, y quiere agradarme (y claro, no quiere perder la bendición de mis besos), ella decide libremente honrarme. Es por una relación no centrada en ella misma que puede actuar así.
De manera similar, voy a tomar la decisión consciente de no pecar porque amo a Dios. Voy a dar los pasos firmes para alejarme de mi desobediencia porque amo a Dios. Voy a pagar el precio de morir a mis deseos porque amo a Dios. No voy a centrarme en mi mismo, mis argumentos, mis beneficios, mis sacrificios, mis opiniones, sino en Dios y mi relación de amor con él.
Debido a que tengo una relación personal con el Dios verdadero, cada día de mi vida me esforzaré por amarle más en obediencia. Procuraré que mis pensamientos, palabras y acciones no sean desagradables para Él. Si voy a ser santo, será porque Él es santo (I Pedro 1:16; Levítico 11:44,45; 19:2). Si voy a obedecer, es porque le amo (Juan 14:15).
Es tiempo de regresar a esa intimidad con Dios, y abandonar cualquier lógica en exceso que justifique o condene nuestra conducta. No importa si tu pecado funciona bien (y dicho sea de paso, espero que no sea así). Deberás abandonarlo por algo más importante: tu relación de amor con Dios.
Él sigue exigiendo y una santidad intachable, deseando diariamente relacionarse contigo sin estorbos. Él sigue buscando las oportunidades de premiar tu obediencia. Quizás la próxima vez que la tentación aceche, o que consideres que pecar no sería tan malo, podrías recordar tu relación de amor con Dios.
domingo, 17 de junio de 2012
Permanecer Sin Pecar
"Todo aquél que permanece
en El, no peca; todo aquél que peca, no le ha visto, ni le ha conocido". (1ª de Juan 3:6)
La Biblia nos aclara dos cosas
con relación al pecado:
Primero: Si vives una vida de pecado,
ello indica que no andas bajo el poder del Espíritu Santo, no importa lo que
digas acerca de tu condición espiritual. No puedes pasar tiempo estudiando y
meditando en la Palabra de Dios, andando en compañerismo con el Espíritu Santo,
y al mismo tiempo persistir en el pecado.
Segundo: Si no aborreces el pecado al
igual que lo detesta Dios, en realidad no lo conoces a El. Hay aquéllos que
continúan viviendo en pecado, y sin embargo insisten en que aman a Dios y le
pertenecen. El apóstol Juan lo aclara: El que vive pecaminosamente, no lo ha
visto (a Dios) ni le conoce. Es posible que hayas orado la oración del pecador
arrepentido, o que tengas responsabilidades en tu iglesia, e incluso estar
bautizado; pero la prueba de la presencia del Espíritu Santo en tu vida es que
venzas al pecado.
Esto no quiere decir que nunca
peques, pero sí significa que rehúses hacer del pecado tu forma y estilo de
vida, y que le pidas inmediatamente perdón a Dios cuando hayas pecado (1ª de
Juan 1:10). Significa que te opones al pecado, al igual que lo está Dios, y que
le permites al Espíritu Santo erradicar todo vestigio de pecado en tu vida.
Significa que, cuando pecas, inmediatamente se lo confiesas al Señor, quien es
el único que puede perdonar tus pecados, porque otro hombre no te los puede
perdonar. Tienes que arrepentirte ante Dios de tus faltas, y hacer lo que sea
necesario para evitar repetirlas.
Si te encuentras cayendo en
hábitos pecaminosos, o no sientes pesar ni tristeza por haber pecado, como la
sentías antes, es que no estás permaneciendo en Cristo. Regresa a El, en
arrepentimiento genuino; restaura tu comunión con El, y podrás de nuevo
experimentar victoria sobre el pecado.
1:19 - Por esto, mis amados
hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, y tardo para
airarse;
1:20 - porque la ira del hombre
no obra la justicia de Dios.
1:21 - Por lo cual, desechando
toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra
implantada, la cual puede salvar vuestras almas.
1:22 - Pero sed hacedores de la
palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.
1:23 - Porque si alguno es
oidor de la palabra, pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que
considera en un espejo su rostro natural.
1:24 - Porque él se considera a
sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.
1:25 - Mas el que mira
atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no
siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en
lo que hace.
4:17 - Y al que sabe hacer lo
bueno, y no lo hace, le es pecado.
El arrepentimiento
Hoy analizaremos el tema del
arrepentimiento, y veremos en las Escrituras lo que en realidad significa
‘arrepentirse’: En 1ª de Tesalonicenses 1: 4-10, leemos:
4) Sabemos, hermanos amados
de Dios, que El os ha elegido,
5) pues nuestro evangelio
no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el
Espíritu Santo y en plena certidumbre. Bien sabéis cómo nos portamos entre
vosotros, por amor de vosotros.
6) Vosotros vinisteis a ser
imitadores nuestros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran
tribulación, con el gozo que da el Espíritu Santo.
7) De esta manera habéis
sido ejemplo a todos los creyentes de Macedonia y de Acaya,
8) porque partiendo de
vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor; y no sólo en Macedonia y
Acaya, sino que también en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido, de
modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada.
9) Ellos mismos cuentan de
nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los
ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero,
10) y esperar de los cielos
a Su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira
venidera.
Aquí hay un resumen de lo que
significa un verdadero arrepentimiento: "Ellos mismos nos cuentan...
cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y
verdadero". Alguien definió el arrepentimiento como "un viraje
de 180 grados", lo cual significa darle la espalda al pecado y
volvernos hacia Dios.
El arrepentimiento genuino no
consiste solamente en abandonar el pecado; es también volverse a Dios, y
servirle.
He aquí lo que nos dice 1ª
de Pedro 3: 10-11:
10) Porque: el que quiere amar
la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen
engaño;
11) apártese del mal, y
haga el bien; busque la paz, y sígala.
Por las Escrituras, vemos que el
arrepentimiento genuino implica un viraje (cambio de rumbo) completo,
opuesto al que llevábamos.¡El cambio de sentido tiene que ser total!
Tenemos que darle las espaldas
al pecado, y decirle ¡adiós!, para nunca más regresar a él. Y ponernos de cara
a Jesucristo, y caminar hacia El. Un viraje incompleto, a media voluntad nunca nos
libertará del poder del pecado; Tenemos que pasar de ser esclavos del pecados,
a ser esclavos del Hijo de Dios; de estar esclavizados por el pecado a estar
‘esclavizados para el Señor’ (Romanos 6: 21-22)
¡Cuánto dolor sentía yo en mi
alma durante todos esos años que me pasé pecando y confesando..., pecando y
confesando, pero nunca apartándome verdaderamente del pecado. Era como la mujer
de Lot, que si bien se fue de Sodoma, la ciudad en llamas, aún la añoraba en su
corazón, y miró atrás para echar ‘un vistazo’. Su corazón no se había
alejado de Sodoma y por eso pereció, convirtiéndose en estatua de sal.
Debemos acordarnos de la mujer
de Lot, por ser ella un monumento a quienes no quieren despedirse por entero
del pecado.
¿Estás dispuesto a confiar que
DIOS puede suplir TODAS tus necesidades, tal como lo ha
prometido?
He aquí lo que dice con
respecto a esto Filipenses 4:19:
"Mi Dios, pues, suplirá
todo lo que os falta, conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús".
En esta declaración no hay
clasificaciones. Sencilla y llanamente, suplirá todo lo que os falta. A
veces confundimos lo que ‘nos falta’ con lo que ‘deseamos’, olvidándonos que
Dios sabe siempre lo que es mejor para nosotros en cada momento específico.
Esta es mi esperanza y súplica
por ti también: que Dios te
capacite para genuinamente apartarte del pecado, de una vez y por todas,
tal como lo hizo conmigo; y no al paso normal, sino más bien que corras lo
más rápido y lejos posible.
A continuación encontramos
otro pasaje excelente, que describe la actitud de un auténtico arrepentimiento.
Fíjate en los siete pasos que se mencionan en Santiago 4: 7-10:
v7) 1er paso: Someteos,
pues, a Dios;
2ndo paso: Resistid al diablo, y
huirá de vosotros.
v8) 3er paso: Acercaos
a Dios, y El se acercará a vosotros.
4to paso: Pecadores, limpiad las
manos;
5to paso: Y vosotros, los de doble
ánimo, purificad vuestros corazones.
v9) 6to paso: Afligíos,
lamentad y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en
tristeza.
v10) 7mo paso: Humillaos
delante del Señor, y El os exaltará.
Ahí tenemos la manera de
distinguir cuando Dios nos ha concedido el arrepentimiento: no solamente hacemos
un giro de 180 grados, sino que también perdemos esas tonterías, esa risa
hueca, esos chistes de doble sentido, y el orgullo. Además, estamos seriamente
decididos a abandonar el pecado.
Nos duele haber pecado, y
hasta nos volvemos sombríos, tal y como lo mencionan los versículos. Esto no
quiere decir que vivamos el resto de nuestras vidas así, porque el gozo
viene a la vida que se entrega a la pureza. Pero hay un tiempo durante el
cual se acaba toda la frivolidad, y entonces viene la necesidad de terminar de
una vez con el pecado.
Recuerdo que cuando comencé a
salirme de mi pecado, me propuse en serio erradicar ese pecado de mi vida.
Busqué con siceridad al Señor, y escuché atentamente lo que otros, que habían
salido antes que yo, tuvieran que decir. Estaba completamente dispuesto a hacer
lo que fuera necesario para ser libre.
¿Te encuentras en ese punto,
amigo? ¿Estás dispuesto a hacer lo que haga falta, para obtener tu libertad?
Oswald Chambers escribió:
"La convicción de pecado
es una de las cosas más inusitadas que jamás alcanzan a un hombre. Es el umbral
del conocimiento de Dios. Jesucristo dijo que cuando el Espíritu Santo viniera,
convencería al mundo de pecado; y cuando el Espíritu Santo despierta la
consciencia del hombre, y lo trae a la presencia de Dios, no es su relación con
los demás seres humanos lo que le molesta, sino su relación con Dios: ‘Contra
Ti, contra Ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de Tus ojos’.
La convicción de pecado, la
maravilla del perdón y la santidad se encuentran tan íntimamente entrelazadas,
que sólo el hombre que es perdonado es santo; nos demuestra que ha sido
perdonado, al ser lo opuesto de lo que fue, por la gracia de Dios. El
arrepentimiento siempre lleva al hombre a este punto: ‘He pecado.’ La más clara
señal de que Dios se encuentra obrando, es cuando el hombre lo dice, y de
verdad. Cualquier otra cosa no es más que remordimiento por haber dado
traspiés; el reflejo de tenerse asco a uno mismo.
La entrada al Reino es a
través de los retortijones punzantes del arrepentimiento cayendo sobre la
bondad respetable del hombre; entonces el Espíritu Santo, que produce tales
agonías, empieza a formar al Hijo de Dios en la vida del individuo. La nueva vida
se manifestará en arrepentimiento consciente y santidad inconsciente, jamás a
la inversa.
El arrepentimiento constituye
los cimientos del cristianismo. Hablando en sentido estricto, un hombre no
puede arrepentirse cuando quiera; el arrepentimiento es un regalo de Dios. Los
antiguos puritanos solían orar por el ‘don de lágrimas’. Si acaso dejas de
experimentar y conocer la virtud del arrepentimiento, estarás en tinieblas.
Examínate, y mira a ver, no sea que te hayas olvidado de cómo
arrepentirte".
¿Te percataste de que el
arrepentimiento es un don (o sea, un regalo) de Dios?
El siguiente pasaje está en 2ª
de Timoteo 2: 25-26:
"... que con mansedumbre
(el siervo de Dios) corrija a los que se oponen, por si quizás Dios les conceda
que se arrepientan, para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en
que están cautivos a la voluntad de él."
Fíjate que el
arrepentimiento es la única vía para escaparnos de la trampa del diablo.
A continuación, examinemos
otro pasaje de las Escrituras, y fijémonos en los elementos contenidos en el
arrepentimiento. Isaías 55: 6-7:
6) "Buscad a Jehová
mientras pueda ser hallado; llamadle en tanto que está cercano.
7) Deje el impío su camino,
y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él
misericordia, y al Dios vivo, el cual será amplio en perdonar".
El arrepentimiento siempre
trae muchas cosas buenas.
No se trata simplemente de que nos alejemos del pecado y nos quedemos vacíos,
sin que nada excitante ocurra en nuestras vidas. Es posible que te preguntes
quién, o qué satisfará de ahora en adelante los anhelos de tu corazón.
¡La respuesta, mi amigo, es Jesucristo!
El Señor satisfará tus necesidades y los anhelos de tu corazón. ¡La satisfacción
que El da es permanente! ¡Me he dado cuenta que en realidad nunca experimenté
lo que es ‘vivir’, hasta que fui libre! La misión del Señor Jesús fue
‘llevar cautiva la cautividad’ (Efesios 4:8) para que quienes éramos
cautivos del pecado viniéramos a ser cautivos de Cristo, y gozáramos de todo lo
que El tiene para nosotros.
En realidad, estamos
abandonando los placeres menores y temporales, a cambio de los mayores y
eternos. Sí; es verdad que renunciamos a los placeres del pecado; pero ganamos
los placeres de Cristo, y en el Salmo 16:11 se nos dice que son placeres
‘eternos’.
"Me mostrarás la senda de
la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para
siempre".
domingo, 3 de junio de 2012
Tus pecados no serán proyectados en el cielo
Luego añade: "Sus pecados y de sus iniquidades no me acordaré más."
Hebreos
10:17
Cuando yo era un joven cristiano que crece en Singapur, leí un pequeño folleto titulado Esta Fue Tu Vida . En esa zona, dijo que cuando llegues al cielo, Dios se volverá a reproducir toda su vida, incluyendo todos sus pecados, en una enorme pantalla de video de todos los ángeles y otros santos para ver!
La idea
de que Dios estaba haciendo un video de mi vida con la intención de proyectarlo
para todo el mundo a ver me hacía sentir muy mal y condenados ante Dios. ¿Cómo
iba a soportar con valentía en su presencia? ¿Y cómo iba yo a hacer frente a
mis seres queridos y amigos cristianos en el cielo?
Yo era un
manojo de nervios, pensando en todos mis pecados que Dios se registran hacia
abajo, hasta que leí esto en la Biblia: "Bienaventurado el hombre a quien
el Señor no inculpa de pecado. "(Romanos 4:8) ¡Aleluya! Salté de
alegría cuando me enteré de que Dios no estaba contando mis pecados contra mí,
y que Él me ha dado algo que se llama "no imputación de los pecados"!
Mi amigo,
la razón de que Dios no imputar cualquiera de nuestros pecados para nosotros es
que Él ha imputado ya todos ellos en el cuerpo de su Hijo Jesús cuando colgaba
de la cruz hace 2,000 años. No sólo eso, cuando Dios castigó a su Hijo por
nuestros pecados, Él hizo que la maldición de la ley caiga golpe a golpe sobre
el cuerpo entero de Jesús hasta que cada maldición había sido plenamente
satisfecho. Es por eso que hemos sido redimidos de la maldición de la ley.
(Gálatas 3:13) Por eso, en lugar de imputar el pecado de nosotros, Dios
atribuye justicia!
Dios
quiere que sepamos que nuestros pecados y transgresiones Él no recuerdo nada
más. Las palabras "no más" en el texto griego original de llevar a
una fuerte connotación negativa doble. En otras palabras, Dios está diciendo:
"De ninguna manera, de ninguna manera, ¿Alguna vez acordaré de tus pecados
otra vez!"
Amados,
si Dios dice que Él no más me acordaré de tus pecados, ¿por qué todavía
los recuerda? O para el caso, de su cónyuge o los pecados del prójimo? Dios no
quiere que usted sea consciente de los pecados porque Él no lo es. Así que:
¡Regocijaos! Ven a Él con valentía y esperar que él para demostrar que la
misericordia y la gracia porque no más me acordaré de tus pecados!
Pensamiento
del día
Puesto que Dios me acordaré de tus pecados, no más, ¿por qué todavía los recuerda?
Por Joseph Prince
Puesto que Dios me acordaré de tus pecados, no más, ¿por qué todavía los recuerda?
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